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lunes, 28 de abril de 2008

sin ideas

El humo se elevaba hacia infinitos lugares de mi habitación. La armoniosa voz de Luís Alberto sonaba de fondo y la inspiración todavía no había invadido mi ser. Y allí estaba yo, sentado frente a la maquina de escribir, elemento imprescindible en la vida de cualquier ser humano coherente que busca expresar sus sentimientos y verdades, y plasmarlos sobre una inerte hoja de papel. Verdaderamente no se me ocurrían genialidades y debía terminar ese escrito antes del lunes próximo, por lo contrario, me quedaría sin trabajo, y sería el fin de mi persona como escritor. Encendí otro cigarrillo y comencé a escribir. Escribí todo lo que me vino a la mente, pero era inútil. Todo lo redactado en el papel era pura y exclusiva bazofia de un escritor que pronto sería un frustrado periodista de política en un diario pseudo burgués y oficialista de clase media. Era necesario que escriba algo pronto. Pero mi creatividad había quedado olvidada en el cajón de mi escritorio. Estaba incomodo, acalorado, y debido a eso, verdaderamente molesto. Para escapar de esta absurda realidad de cuasi poeta enfurecido, me puse de pie y decidí ir por una copa en algún bar poco estético de Palermo Soho. Eran casi las 12, y ese intento de toque de queda impedía que los menores anden por la calle. Las veredas de Buenos Aires, llenas de hojas amarillentas por el otoño que se aproximaba, estaban lastimadas por los golpes de la historia. Tantas historias en estas calles; tantas vidas paralelas a la mía, y tantas perpendiculares. Eran como la matemática del mundo, con ángulos, perímetros y cálculos científicos.

Era un día bastante caluroso, y mucha gente desabrigada andaba por ahí, caminaba sin pensar, pensaban sin saber, sabían sin decir, decían sin hablar. Hablaban consigo mismo, y buscaban la forma de resolver las inquietudes que los acosaban. Previamente al sucucho de Gurruchaga y Honduras, donde bebería algunas cervezas junto a gente desconocida y hablaríamos sobre temas típicos de la sociedad hipócrita y demagoga en la que vivimos, y por ese dogma cuya primera ley era desconocer temas realmente interesantes de carácter cultural, fui al kiosco a comprar cigarrillos. Era el tercer atado que fumaba, y el cáncer se aproximaba lentamente. Pero algo inesperado sucedió. Cuando me dirigía al ya nombrado local, se inició un tiroteo entre un policía fascista que creía que el pobre muchacho que caminaba las calles de la ciudad era un ratero, y el muchacho no dudó en desenfundar un revolver calibre 45. Al parecer, el cerdo azul no estaba tan equivocado. Los rayos horizontales recorrieron toda la cuadra, y, en ese preciso instante, recordé mis años en la colimba y procedí a realizar el tan conocido cuerpo a tierra. Una vez en el suelo, aturdido por la situación, sentí un puntazo en mi muslo derecho, y posteriormente un ardor inevitable. Efectivamente, había recibido un balazo. Creí que pronto me convertiría en otra de las tantas victimas del gatillo fácil. Los pensamientos en mi mente comenzaron a surgir. Brotaban como las ronchas de una varicela, pero no eran ronchas, eran ideas. Era una varicela mental.
Muy a lo lejos, en un recóndito lugar de mi mente, una alarma sonaba. Cada vez se oía más fuerte y más cerca de mí. Creí que tal vez el policía había pedido refuerzos y que no tardarían en llegar y arrestar al delincuente. Pero no sonaba a sirena. Era más bien como la alarma de un reloj. Y desperté. Todo había sido un triste sueño. Y seguía sin ideas.

1 comentario:

Unknown dijo...

muy bueno muy bueno,
que manejo del photoshop!
ah no cierto qeu era el paint
no puede ser paint, sos muy capo
me enseñas?


MELA & JUNI

Manucho / te quiero mucho. / Amigo: / estoy contigo.

Luca not dead