Llueve y no me beses
porque me destiño de tu boca;
Porque te apunto con la trompa
le erro y no me la banco.
Y si, llueve, pero, ¿cómo pedirle que no me bese? Era una situación incómoda, y los dos sabiamos en que nos estabamos metiendo. Muy nervioso, lo único que me tranquilizaba eran sus besos. "No te preocupes, no va a pasar nada" decía con serenidad y cierto tono psicológico tranquilizante (posiblemente heredado) que me exasperaba un poco. ¿Ibamos a comprarle efedrina a narcos mexicanos? Claro que no, yo no comerciaba drogas con nadie (Salvo con Chicho, el hombre verde). No, no, era algo peor. Algo que me helaba la sangre; algo que me hacia sudar frío; tan tétrico como un colchón puro y exclusivamente hecho de palomas atropelladas. Horrible. Pero uno tiene coraje dentro suyo. Mucho. Sólo tiene que saber cuando utilizarlo. Este era el momento indicado. Pero de repente, algo explotó. El ensordecedor sónido aniquilo mis penosos timpanos, tanto que mis orejas comenzaron a derramar sangre. Mi cerebro quedó algo atontado debido al fuerte estruendo. Mis ojos cegados por la luz sorprendentemente brillante que emanó el artefacto explosivo. Claro que pude ver toda mi vida através de mis ojos. Toda, en un solo segundo. Y el techo se derrumbo y aplastó mis piernas y parte de mi torso. Ella quedó atrapada entre los escombros. Pero aun podía ver su cabeza y su brazo (su brazo a 100 metros de su cabeza). Su boca se movía lastimosamente, como con dificultad. Logré descifrar lo que decía: "No me abandones". En ese momento, mis ojos empezaron a cerrarse. Cuando los abrí, descubrí que todo eso lo había imaginado. Nada había pasado, estabamos los dos, sentados en la sala de espera del dentista. Ella leía una revista Caras del año '88. En la tapa se podía ver a Susana Giménez, que no se que estaba diciendo, pero que había salido en una posición bastante graciosa. El dentista abrió la puerta de su Sala de Torturas y pronunció mi apellido con cierto vigor, como si disfrutase con el sonido que mis rodillas hacian al golpearse (debido al miedo, mis piernas temblaban). La miré, ella me miró y me dijo:
-Andá ya! No te soporto más!
-Si, mi amor. Gracias por bancarme
-Si, si, de nada- mientras leía la revista- yo también.
-...
porque me destiño de tu boca;
Porque te apunto con la trompa
le erro y no me la banco.
Y si, llueve, pero, ¿cómo pedirle que no me bese? Era una situación incómoda, y los dos sabiamos en que nos estabamos metiendo. Muy nervioso, lo único que me tranquilizaba eran sus besos. "No te preocupes, no va a pasar nada" decía con serenidad y cierto tono psicológico tranquilizante (posiblemente heredado) que me exasperaba un poco. ¿Ibamos a comprarle efedrina a narcos mexicanos? Claro que no, yo no comerciaba drogas con nadie (Salvo con Chicho, el hombre verde). No, no, era algo peor. Algo que me helaba la sangre; algo que me hacia sudar frío; tan tétrico como un colchón puro y exclusivamente hecho de palomas atropelladas. Horrible. Pero uno tiene coraje dentro suyo. Mucho. Sólo tiene que saber cuando utilizarlo. Este era el momento indicado. Pero de repente, algo explotó. El ensordecedor sónido aniquilo mis penosos timpanos, tanto que mis orejas comenzaron a derramar sangre. Mi cerebro quedó algo atontado debido al fuerte estruendo. Mis ojos cegados por la luz sorprendentemente brillante que emanó el artefacto explosivo. Claro que pude ver toda mi vida através de mis ojos. Toda, en un solo segundo. Y el techo se derrumbo y aplastó mis piernas y parte de mi torso. Ella quedó atrapada entre los escombros. Pero aun podía ver su cabeza y su brazo (su brazo a 100 metros de su cabeza). Su boca se movía lastimosamente, como con dificultad. Logré descifrar lo que decía: "No me abandones". En ese momento, mis ojos empezaron a cerrarse. Cuando los abrí, descubrí que todo eso lo había imaginado. Nada había pasado, estabamos los dos, sentados en la sala de espera del dentista. Ella leía una revista Caras del año '88. En la tapa se podía ver a Susana Giménez, que no se que estaba diciendo, pero que había salido en una posición bastante graciosa. El dentista abrió la puerta de su Sala de Torturas y pronunció mi apellido con cierto vigor, como si disfrutase con el sonido que mis rodillas hacian al golpearse (debido al miedo, mis piernas temblaban). La miré, ella me miró y me dijo:
-Andá ya! No te soporto más!
-Si, mi amor. Gracias por bancarme
-Si, si, de nada- mientras leía la revista- yo también.
-...


2 comentarios:
Que grande ahi con alex y anthony a los costados (L) muy bueno el nombre del blog tmb jaja. Un beso che ! Cuidate.
piiiiiiiiiiiip
hola si? buen juni parece que no estas, voy a dejar mi mensaje que dice así: te quiero cuacho (:
Publicar un comentario